Cuentos del globo

Sapos y diamantes

Mandril con fruto en la mano Nandu mirando el mandril Conejo mirando el mandril

Pequeño editor

1. Europa, América, África

Libros ilustrados para pequeños lectores y grandes curiosos

Cuentos del globo 1

Sapos y diamantes

EUROPA - AMÉRICA - ÁFRICA

Versiones de Charles Perrault, Luisa Cruz y Birago Diop

Selección de textos: Ruth Kaufman

Ilustraciones:

Elenora Arroyo

Valerio Vidali

Diego Bianki

Claudia Legnazzi

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Cuentos del globo 1

Sapos y diamantes

Los cuentos de este libro se originaron en Europa, América del Sur y África. Versiones de un relato que da vueltas por el mundo desde tiempos lejanos. ¿El mismo cuento viajó de país en país y fue cambiando en cada tierra? ¿O en tierras distantes, distintas personas inventaron historias semejantes? Esta pregunta es el gran misterio de los Cuentos del globo.

Índice

Las hadas

Los dos hermanos y el Coquena

Las calabazas del Kouss

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Casa con reyes bebiendo vino y comiendo uvas. En la puerta hay una mujer que está barriendo la entrada. En el jardín hay una arcilla junto a un árbol con manzanas.

Las hadas

Francia - Charles Perrault

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Las hadas

Francia

Charles Perrault

Había una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor era tan parecida a ella que verla era como ver a su madre. Y madre e hija eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, en cambio, era el vivo retrato de su padre por su dulzura y honestidad, y estas cualidades hacían de ella una de las jovencitas más bellas que se hayan visto jamás. Como generalmente uno se inclina más por quien se le parece, esta madre adoraba a su hija mayor y, al mismo tiempo, sentía un rechazo espantoso por la menor. La hacía comer en la cocina y la obligaba a trabajar todo el tiempo.

Entre otras cosas, la pobrecita debía ir dos veces por día a buscar agua muy lejos de su casa, y cada vez tenía que traer un gran cántaro lleno.

Un día, cuando estaba en la fuente, se le acercó una mujer de aspecto muy modesto que le rogó que le diera de beber.

—Con mucho gusto, señora —le dijo la hermosa muchacha; y enjuagó inmediatamente el cántaro, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se lo ofreció, sosteniéndolo todo el tiempo para que la mujer pudiera beber con comodidad.

Después de beber, la buena mujer le dijo:

—A una joven tan hermosa, tan buena y tan educada, debo concederle un don.

(Claro, era un hada que había tomado la apariencia de una pobre mujer para poner a prueba la amabilidad de esta jovencita).

—Te concedo este don —siguió diciendo el hada—: por cada palabra que digas te saldrá de la boca una flor o una piedra preciosa

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Mujer en el jardín con una jarra de agua en las manos hablando alegremente con una señora Flores que aparecen del canto de la señora

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Cuando la hermosa muchacha llegó a la casa, su madre la retó por haber vuelto tan tarde de la fuente.

—Te pido perdón, mamá, por haber tardado tanto —dijo la pobrecita. Y al decir estas palabras, le brotaron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.

—¿Qué estoy viendo? —dijo su madre más que sorprendida—. Creo que te salieron perlas y diamantes de la boca. ¿De dónde viene esto, hijita?

(Era la primera vez que la llamaba “hijita”). La jovencita le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, mientras dejaba caer una infinidad de diamantes.

“Realmente”, pensó la madre, “tengo que enviar a mi otra hija a la fuente”.

—A ver, Fanchon, ¿estás viendo lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla? ¿No te gustaría recibir el mismo don?

No tendrías más que ir a buscar agua a la fuente y, si una mujer humilde te pide de beber, darle muy cortésmente.

—¿A quién se le ocurre? —respondió la grosera—. ¡Ir yo a la fuente!

—¡Quiero que vayas! —insistió la madre—. ¡Y ya mismo!

Y la hija mayor fue, pero refunfuñando todo el tiempo. Llevó el recipiente de plata más hermoso que había en la casa. No bien llegó a la fuente, vio salir del bosque a una dama magníficamente vestida que se acercó a pedirle de beber. Era la misma hada que se le había aparecido a su hermana, pero con apariencia y traje de princesa.

—¿Piensa que vine hasta aquí —le dijo esta terrible orgullosa— solo para darle de beber? ¿Cree que traje una jarra de plata especialmente para darle de beber a la señora? ¡No faltaba más! ¡Beba directamente de la fuente si quiere!

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Hombre en el jardin sorprendido porque de la boca de una mujer salen serpientes y sapos

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—¡Qué poco amable eres! —dijo el hada sin enojarse—. Bueno, ante tanta falta de gentileza, te concedo como don que por cada palabra que digas salga de tu boca una serpiente o un sapo.

Apenas la vio su madre, le gritó:

—¿Pues bien, hijita?

—Pues bien, mamita —le respondió la muy grosera, dejando salir de su boca dos víboras y dos sapos.

—¡Santo cielo! —exclamó la madre—. ¿Qué están viendo mis ojos? De esto es culpable tu hermana: ¡me las va a pagar! —y enseguida corrió para pegarle.

La pobre hija menor huyó y fue a esconderse en el bosque cercano. La encontró el hijo del rey, que volvía de cazar, y al verla tan hermosa, le preguntó qué hacía allí, completamente sola, y por qué estaba llorando.

—Ay de mí, señor —respondió la hija menor—. Mi madre me echó de la casa.

El hijo del rey vio salir de sus labios cinco o seis perlas y otros tantos diamantes. Asombrado, le pidió a la muchacha que le dijera cuál era el origen de esa maravilla. Ella le contó su historia y él se quedó embelesado por su dulzura. Luego, comprendió que, aunque no tenía fortuna, su don valía más que cualquier dote; así que la llevó al palacio de su padre y se casó con ella.

En cuanto a su hermana, se hizo odiar tanto que su propia madre la echó de su casa. La desdichada, después de mucho andar sin encontrar a nadie que quisiera recibirla, se escondió en lo más profundo del bosque.

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Malabaristas danzando y cantando alrededor del castillo, donde están felices el príncipe y la princesa

Eleonora Arroyo

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Mapa de finalizacion del cuento de las hadas, con una ardilla y una hoja que son los elementos representativos del cuento hada representativa del cuento

¡Muy bien!

Has terminado de leer Las hadas, un cuento tradicional de Francia escrito por Charles Perrault

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Avestruces mirando el atardecer

Los dos hermanos y el coquena

Argentina - Luisa Cruz (adaptación de Ruth Kaufman)

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Los dos hermanos
y el coquena

Argentina

Luisa Cruz (adaptación de Ruth Kaufman)

Eran dos hermanos. Uno era pobre y tenía que trabajar de día y de noche. Era pastor. También iba a los cerros a traer leña y a cazar vicuñas y guanacos. El otro era rico y mezquino. No le daba nada al pobre. Nada le daba y su familia pasaba hambre.

Un día, el hermano pobre salió a cazar. No llevaba armas de fuego, solo unas boleadoras cortas, hojitas de coca en la chuspa y maíz tostado en la talega. Ese era su avío. Nada más.

Anduvo en los cerros buscando. Todo el día anduvo, bajando y subiendo, y no encontraba nada. Hasta que, al final del día, cazó un guanaco. Pero estaba tan cansado que se sentó en una piedra y enseguida se quedó dormido, con el guanaco muerto a sus pies. De repente, lo despertó el grito de un arriero. Cuando abrió los ojos, vio llegar a un ser extraño que comandaba una tropa de ñandués. Más atrás, lo seguía una gran tropilla de vicuñas y guanacos.

El cazador se levantó. El dueño de los animales se acercó y le dijo:

—¡Buenas tardes!

—¡Buenas tardes, señor!

—¿Qué hace usted aquí?

—Estoy descansando, señor.

—¿Qué ha estado haciendo todo el día?

—Boleando guanacos y vicuñas. He cazado uno solito.

—¿Y para qué, pues?

—Soy pobre, necesito carne y cueros, tengo que dar de comer a mi mujer y mis hijos.

—Está bien.

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Campo de siembra con avestruces y venados. Hombre recogiendo frutros del campo y un venado muerto junto a él

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El hermano pobre ya se había dado cuenta de que estaba hablando con el Coquena. Debajo del sombrero de ala ancha apenas se veía su cara blanca. Iba vestido con poncho de vicuña, de la más fina. Y en los pies, pequeñitos, llevaba ojoticas con clavos de plata. Y como el Coquena es el dueño de las llamas, los guanacos y las vicuñas, de los cuises, de todos los animales del cerro, le dijo:

—Para que no tengas que andar más cazando a mis animalitos voy a darte un regalo. Tomá. Pero no le contés esto a nadie. A nadie.

El Coquena le dio dos granitos amarillos: uno era maíz; el otro, una pepita de oro.

—Cuando llegues a tu casa, la vacías y la limpiás bien. Después dejás un granito en el fondo y el otro adelante. Cerrás la casa y te vas. No la vayas a abrir hasta el día siguiente. ¡Hasta otro día!

—¡Hasta otro día, señor!

Coquena se fue arriando su tropa de vicuñas y guanacos. Todos los animales iban con carguitas de plata. A la luz de la luna, brillaban las monedas.

El hermano pobre bajó del cerró. Llegó a su casa, hizo todo como le había dicho el Coquena. Durmió con su mujer y sus hijos fuera de la casa. Cuando albeó, se acercaron a mirar. Los cuartos estaban llenos hasta arriba: granitos de maíz en uno; pepitas de oro, en el otro.

Ya eran ricos. Ya nunca más les faltó nada.

Compraron herramientas, animales.

Hicieron corrales. Sembraron. Ya no volvieron al cerro a cazar.

Pero el hermano rico se enteró y fue a visitar al pobre. Hizo como que se alegraba con todo lo que tenía el otro. Pero se moría de envidia. Y tanto le

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Puerta de casa con personas sorprendidas y campos de fondo

Valeio Vidali

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preguntó y le preguntó, que al final su hermano le contó todo.

Y el rico se apuró. Fue a su casa y se cambió la ropa. Se puso ojotas, un poncho viejo. Y se encaminó para el cerro. No llevaba arma de fuego, porque lo enojan al Coquena. Solo las boleadoras que había llevado su hermano. Después de mucho andar, cazó un guanaco. Se quedó arriba del cerro, con el guanaco muerto cerca. Pero no se durmió, estaba atento a la llegada del Coquena. Al rato, oyó el ruido de la tropa.

—¿Qué hacés aquí? —le preguntó el Coquena

—He venido a cazar.

—¿Y para qué cazás?

—Para darle de comer a mi familia, somos pobres.

—Voy a darte un regalo para que no tengas que andar cazando y matando a mis animalitos. Sentate.

El hermano rico se hincó.

—Sacate el sombrero.

El hermano rico se sacó el sombrero

—Tomá, una rosa y un clavel —y lo golpeó con la mano en la cabeza, encima de la frente.

—Ahora ponete el sombrero otra vez y no te lo vayas a sacar hasta llegar a las casas. No cuentes a nadie esto. ¡Hasta otro día!

El hermano rico bajó del cerro corriendo. Sentía un peso cada vez más grande en la cabeza. Como pensaba que era oro y plata, no se sacaba el sombrero. Cuando llegó a su casa se tocó la frente. Enseguida se miró al espejo. Le habían salido dos cuernos. Esos eran la rosa y el clavel que le había dado el Coquena. Dos cuernos que nunca más se pudo sacar.

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Mapa de finalizacion del cuento de los dos hermanos y el coquena, con un cardón y una llama que son los elementos representativos del cuento hada representativa del cuento

¡Muy bien!

Has terminado de leer Los dos hermanos y el coquena, un cuento tradicional de Argentina escrito por Luisa Cruz

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Árbol de grandes hojas, frutos y flores con un conejo en la parte inferior

Las calabazas del Kouss

Senegal - Birago Diop

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Las calabazas del Kouss

Senegal

Briago Diop

“Quien cuelga su bien detesta a quien mira para arriba”.

Cuando se hablaba de belleza, nadie se refería a la mujer de Bouki la hiena, ni a la de Leuk la liebre; sin embargo, estas mujeres se sentían afectadas y se afligían cada vez que oían hablar de mujeres feas. Cuando no lo soportaron más, pidieron a sus esposos que les encontraran collares, pulseras y fajas para embellecerse. Como buenos maridos que eran, Bouki y Leuk salieron a buscar joyas.

En el primer pantano que encontraron, Bouki se detuvo, tomó arcilla húmeda y la amasó; con ella hizo bolitas de diferentes tamaños, las perforó y las puso a secar al sol. Llegada la noche, enhebró con las cuentas unos cuantos cordeles, volvió y dijo a su mujer:

—Toma, este es tu collar. Estas son tus fajas. Ponte esto en los puños y esto en los tobillos.

Durante ese tiempo, Leuk la liebre sacudía los arbustos y cavaba en la sabana. Agotado de correr en todas las direcciones de la mañana a la noche durante siete días, y como el sol pegaba realmente demasiado fuerte, Leuk se tendió al pie de un baobab.

—¡Qué fresca y agradable es la sombra de este árbol! —dijo, estirándose luego de una buena siestita.

—Si probaras mis hojas, verías que son aún mejores —dijo el baobab.

Leuk recogió tres hojas y las comió, luego asintió:

—¡Realmente delicioso!

—Mi fruto es más delicioso aún —dijo el baobab.

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Mandril con fruto en la mano cerca de un árbol

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Leuk trepó para arrancar una de las vainas de cabito frágil que contienen el fruto farináceo y dulce al que llaman “pan de mono”. (Hasta ese momento, solo a Golo el Mono se le había ocurrido recogerlo y apreciarlo, pero, como buen egoísta que era, nunca lo había ofrecido a los demás).

Leuk rompió la cáscara y probó el sabroso polvo.

—Si pudiera obtener una buena cantidad de estos frutos, los vendería y sería rico —dijo.

—¿Entonces es riqueza lo que buscas?

—preguntó el baobab—. Mira adentro de mi tronco.

Leuk acercó el hocico y vio oro, joyas, bubus, aguayos que brillaban como el sol y las estrellas. Tendió su pata hacia todas esas riquezas con las que nunca se habría animado a soñar.

—Espera —dijo el baobab—, estas cosas no me pertenecen, no puedo dártelas. Pero en el campo de gombos, encontrarás a alguien que puede conseguírtelos.

Leuk se fue al campo de gombos y encontró un Kouss. El duende era aún joven, pues sus cabellos le llegaban ya a las nalgas, pero no tenía todavía barba; y era necesario ser un duende joven para aventurarse al rayo del sol por un campo de gombos.

—Kouss —dijo Leuk después de haber saludado al pequeño duende que estaba un poco temeroso—, ¿sabes, Kouss? Gouye, el baobab, me envía a ti…

—Ya sé por qué —interrumpió el duende, un poco más tranquilo al escuchar la voz amena de Leuk—. Ven conmigo por el hueco de este tamarindo, pero cuídate de reír de todo lo que tus ojos van a ver en mi casa. Cuando mi padre regrese esta noche,va a querer poner su porra contra la cerca,

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pero será la porra la que tome a mi padre y la que lo ponga contra la cerca. Cuando regrese mi madre con el atado de paja sobre la cabeza, va a tirar el atado al suelo, pero será el atado el que levantará a mi madre y la tirará al suelo. Mi madre matará un pollo en tu honor, pero te hará comer las plumas asadas en lugar de la carne que ella descartará. Comerás las plumas sin decir nada y sin mostrar sorpresa.

Leuk prometió seguir los consejos del Kouss, quien lo hizo bajar por el tronco ahuecado del tamarindo.

En la vivienda de los duendes, todo sucedió tal como el pequeño Kouss le había anticipado a la liebre: y la liebre, que no se había sorprendido de nada de lo que había visto u oído, se quedó tres días. Al cuarto día, el pequeño duende le dijo:

—Esta noche, cuando mi padre regrese a casa, te presentará dos calabazas y tomarás la más pequeña.

El viejo entró, hizo llamar a Leuk y le tendió dos calabazas, una grande y una pequeña. Leuk tomó la más pequeña, y el viejo duende le dijo:

—Vuelve ahora a tu casa. Cuando estés solo en tu guarida, dirás a la calabaza:

“¡Keul, cumple tu promesa!”. Ve ahora, y que tu camino te sea leve.

Leuk agradeció tanto a los duendes grandes como a los pequeños, saludó gentilmente y se marchó hacia su casa.

—¡Keul, cumple tu promesa! —dijo, una vez en su guarida.

La calabaza se llenó de joyas de todo tipo, de collares, de pulseras, de fajas de perlas, de bubus teñidas con índigo que iban del color azul noche al celeste, de aguayos que dio a su mujer.

Cuando la mujer de Leuk apareció al día

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siguiente, cubierta de joyas que brillaban al sol, la esposa de Bouki la hiena casi se muere de envidia; abrió los ojos, abrió la boca y cayó desvanecida, rompiendo sus fajas, sus collares y sus pulseras de arcilla seca. Cuando volvió en sí, empapada hasta los huesos por el agua que le habían tirado para reanimarla, corrió hasta su guarida para zamarrear a su marido, que acababa de despertarse de su segundo sueño y estaba estirándose y bostezando.

—Holgazán, inútil —le gritó llena de rabia—, la mujer de Leuk está cubierta de joyas, se pavonea ataviada de oro y perlas, y tú solo has encontrado arcilla endurecida para la tuya. Si no me ofreces joyas como las suyas, me vuelvo a mi casa paterna.

Bouki buscó todo el día cómo hacer para conseguir las joyas. Al caer la noche, creía haberlo logrado. Se llenó la mejilla derecha de maníes crudos bien masticados y fue a encontrarse con Leuk la liebre.

—Tío Liebre —dijo gimiendo—, tengo un diente que me hace sufrir horriblemente. Sácamelo, por el amor de Dios.

—¿Y si me muerdes? —dijo la liebre preocupada.

—¿Morderte, a ti? Si ni siquiera puedo tragar mi saliva…

—¡Hum! ¡Abre la boca! ¿Cuál es? ¿Este?— preguntó Leuk, tanteando un canino.

—¡No! Más atrás.

—¿Este, entonces?

—¡Nnno! Más atrás aún.

Y cuando Leuk tuvo su pata bien atrás, Bouki cerró la boca y apretó muy fuerte.

¡Vouye yayo! (¡Madre mía!) —gritó Leuk.

—No te dejaré hasta que no me digas dónde encontraste todas esas riquezas.

—¡Déjame! Te llevaré hasta allí no bien cante el gallo.

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Hiena con un conejo en la boca en medio del campo Hombre en el campo

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Hiena con cola de gallo en la boca

Diego Bianki

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—¿Me lo juras? —preguntó Bouki entre sus dientes y la pata de su víctima.

—¡Te lo juro por mi padre! —prometió Leuk.

La tierra no se había siquiera refrescado cuando Bouki, que no había pegado un ojo desde el anochecer, se levantó y fue a golpear a su gallo. Luego vino a decir a la liebre:

—¡El gallo cantó!

—Es muy posible —dijo Leuk—, pero las personas mayores todavía no tosieron.

Al cabo de un instante, Bouki fue a apretar el cuello de su anciana madre, que se puso a toser.

—Los ancianos tosieron —volvió para decirle.

—Está bien —dijo Leuk, que no se dejaba engañar; sin embargo pensaba que era mejor que terminara pronto la historia con este vecino imposible que no lo dejaría en paz hasta el crepúsculo si no lo complacía.

Y salieron. En el camino, Leuk dio algunos consejos a Bouqui y le explicó lo que había que hacer y lo que había que decir, lo que no había que decir y lo que no había que hacer. Lo dejó al pie del baobab y volvió a su casa para seguir durmiendo.

Bouki se sentó un momento, se estiró un breve instante, luego se levantó y dijo al árbol:

—Parece que tu sombra es fresca, que tus hojas son ricas y que tus frutos son deliciosos, pero no tengo hambre y no tengo tiempo de esperar aquí hasta que el sol caliente, tengo otra cosa que hacer más importante. Indícame solamente dónde se encuentra el que debe darme riquezas parecidas a las que encierra tu tronco y que, según habrías dicho, no son tuyas.

El baobab le indicó el campo de gombos.

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Allí fue y esperó hasta la mitad del día a que viniera el pequeño duende. Cuando este apareció, lo atrapó y se puso a tratarlo con rudeza. El pequeño Kouss lo llevó por el hueco del tronco del tamarindo, después de haberle aconsejado que no se sorprendiera, que no se riera de nada de lo que vería en casa de sus padres.

Durante los tres días que permaneció en la vivienda de los duendes, Bouki se burló de todo lo que veía, y hasta aseguró que no había visto jamás descartar la carne y comer las plumas.

—¡Qué increíble! —exclamaba a cada instante—. ¡Desde que nací nunca vi esto! ¡Nunca oí esto!

Por ello, el pequeño Kouss, que no se había olvidado de los golpes que había recibido en el campo de gombos, se cuidó muy bien de indicar a ese grosero qué calabaza debía elegir. Por otra parte, aunque se lo hubiera indicado, seguramente Bouki no lo habría tenido en cuenta; se creía menos tonto que Leuk: ¿por qué tomar la calabaza pequeña (como le había aconsejado), si con la grande, según la lógica, uno podía obtener más riquezas?

¡No, tan tonto él no sería!

Cuando, al cuarto día, el viejo duende le presentó las dos calabazas, diciéndole que tomara una, Bouki se apoderó de la más grande y pidió volver a su casa.

—Al llegar a tu casa, le dijo el viejo duende, dirás a la calabaza: “¡Keul, cumple tu promesa!”.

Bouki casi ni agradeció, ni siquiera saludó y se fue.

Una vez en su casa, cerró la puerta de la cerca y colocó un gran tronco de árbol contra ella.

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Ordenó a su mujer, que estaba machacando mijo, y a sus hijos que pusieran las manos de los morteros, los morteros, las ollas y todo lo que encontraran contra la puerta y entró a su guarida.

—¡No quiero que me molesten bajo ningún pretexto! —gritó a través de la puerta, cerrada con tanto peso; y apoyando la calabaza en el suelo, dijo:

—¡Keul, cumple tu promesa!

De la calabaza surgió una porra grande como el brazo y como de un metro y medio de largo que empezó a pegarle vigorosamente. Corriendo, gritando, golpeándose contra las paredes de la casa de paja, Bouki buscó por un buen rato la puerta. La porra no dejaba de pegarle en la espalda y en los riñones. Por fin, la puerta de la guarida cedió. Bouki derribó las manos de los morteros, las ollas y los morteros mismos y, siempre bajo los golpes incesantes de la implacable porra, corrió hasta la puerta, atropellando en su carrera desesperada a su mujer y a sus hijos. Logró al fin desplazar el pesado tronco de árbol, derribar la puerta de la cerca y escaparse por las malezas.

Desde entonces, Bouki la hiena ya no presta interés alguno a las joyas ni a los bubus.


















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Mapa de finalizacion del cuento de las calabazas del Kouss, con un baoobab y una liebre que son los elementos representativos del cuento hada representativa del cuento

¡Muy bien!

Has terminado de leer Las calabazas del Kouss, un cuento tradicional de Senegal escrito por Birago Diop

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Los narradores de estos cuentos tradicionales

Charles Perrault

Nació en Francia en 1628, en la ciudad de París, y murió en 1703 en la misma ciudad. Fue un funcionario privilegiado de la corte del rey y escribió mucho: poemas serios, de alabanza al rey, tratados de arte; textos que casi nadie recuerda y que muy pocos tienen ganas de volver a leer. Pero a los 55 años escribió los cuentos que había oído en la cocina de su casa cuando era chico, los cuentos que oía en la plaza y el mercado narrados por hombres y mujeres que no sabían leer ni escribir. El libro se llamó Cuentos del pasado pero se conoció como Cuentos de mamá Oca porque en la tapa del libro había un hermoso dibujo de una gansa. Las historias de ese libro —“Caperucita Roja”, “Cenicienta”, “Las hadas”, entre muchas otras— aún perduran en la memoria de la gente. Y han pasado más de 300 años.

Luisa Cruz / Berta Vidal de Battini

Luisa Cruz fue una pastora de Jujuy, en el norte argentino, que le contó a Berta Vidal de Battini la historia del Coquena, tal como la tenía guardada en su memoria. Berta Vidal de Battini nació en San Luis en el año 1900 y murió a los 84 años. Recorrió la Argentina durante más de treinta años, grabando los cuentos maravillosos y las leyendas que le contaba la gente. Dejó por escrito cada cuento tal y como lo oyó; sin cambiar ni un solo sonido, ni una sola palabra. Ediciones culturales argentinas publicó ese trabajo extraordinario en diez volúmenes gordísimos.

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Birago Diop

Nació en 1906 en Ouakam, Senegal, y murió en 1989 en Dakar. Mientras estudiaba Veterinaria en Francia, hizo amistad con otros jóvenes escritores africanos que, como él, reivindicaban la “negritud”. En las frías noches del invierno francés, Birago Diop extrañaba el calor de su tierra. Para mitigar la melancolía, escribió los cuentos que su abuela le contaba por las noches y los que le había contado Amodou Koumba, el griot de su familia. En África, narrar cuentos es un arte muy extendido. Cada pueblo tiene sus griots, que son los encargados de atesorar las historias en su memoria (tal vez por eso, cuando muere un anciano, dicen, es como si ardiera una biblioteca entera). Los griot son excelentes narradores: acompañan las palabras batiendo el parche de un tambor, haciendo gestos y cambiando los tonos de la voz con una gracia infinita.

Ruth Kaufman

Nació en Buenos Aires en 1961. Lectora incansable de cuentos maravillosos, mitos y leyendas, ha reunido los relatos de este volumen.

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Sapos y Diamantes

Alicia Martín *

Existe una clase de cuentos muy particulares llamados cuentos mágicos, cuentos de hadas, fairy tales en inglés o märchen en alemán. Nos hablan de otros mundos, extraños y lejanos para algunos de nosotros, más familiares para otros. Mundos donde hay que ir a buscar diariamente el agua, porque no hay canillas o grifos que la acerquen a cada casa, o donde los hombres pueden alejarse varios días en busca de comida y sustento. Esta clase de cuentos se halla prácticamente en todo el mundo.

¿Por qué en distintos continentes se encuentran cuentos semejantes?

Algunos estudiosos pensaron que los cuentos también viajaban. Que hombres y mujeres viajeros o migrantes contaban en las nuevas tierras a las


que llegaban las historias que habían aprendido en sus pueblos de origen. Estos investigadores se llamaron difusionistas. En sus explicaciones se tornaba muy difícil indicar cuándo y de qué manera los cuentos se habían difundido.

Otra explicación posible dice que los cuentos nos cuentan historias que se parecen, aunque sucedan en África, en Europa o en América; porque en todos los tiempos y en todos los lugares, las personas han enfrentado dilemas parecidos. ¿Cómo y por qué somos como somos? ¿Qué esperamos de los otros? ¿Qué esperan los otros de nosotros? ¿Cómo hacer para mejorar nuestras vidas?

Veamos con detalle qué historias relatan estos tres cuentos. En ellos aparecen dos personajes centrales: dos hermanas o dos hermanos, o dos animales vecinos que hablan y actúan como personas.

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Uno de ellos es desprovisto, pobre, débil, pero aún en su desgracia no se queja de su suerte y es afable, generoso, humilde y respetuoso. El otro es todo lo contrario: tiene consideración, riquezas y provisiones. Pero no le resultan suficientes, es ambicioso sin medida, egoísta, mezquino, prepotente, envidioso. Hay un desequilibrio, una desigualdad notable entre uno y otro hermano o vecino.

Entonces, aparece la mediación mágica, un personaje fantástico que interviene entre los seres vivos para dar auxilio a quienes lo necesitan. El nuevo personaje, ya sean hadas, duendes o el dueño de los animales, no es de este mundo. Es un ser sobrenatural que viene a compensar los desequilibrios del mundo natural. Pero tampoco reparte su magia y sus dones a cualquiera. Solo ayudará a quien ayude, será generoso con quienes también lo fueron antes, dará algo a los que son capaces de compartir. Será amable con los amables y fiero con los fieros.

¿Cómo reconocer a quién es merecedor de la ayuda mágica? Para resolver este dilema los seres mágicos imponen pruebas. Hadas o duendes ubican a nuestros personajes frente a una encrucijada.

La prueba puede consistir en responder preguntas, dar de beber al sediento, compartir la vida con los duendes, saber esperar.

Entonces sí llega la recompensa. Nuestros pobres héroes han superado la prueba y serán recompensados. Sin embargo, los cuentos no terminan allí. La última escena se concentra en la otra hermana, hermano o vecino. Este arranca el secreto milagroso con amenazas y malas artes. Pretende repetir la misma hazaña, finge no conocer el secreto, aunque ya sabe de la existencia del donante mágico y de sus poderes.

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Frente a la misma prueba que pudieron pasar felizmente nuestros héroes, ellos fracasarán debido a sus malos modales, impaciencia y violencia. Sus respuestas a los pedidos de los seres mágicos descubren el engaño. El impostor es desenmascarado y castigado porque actúa con la arrogancia y prepotencia de siempre. Allí sí culmina entonces la intervención justiciera de los mediadores mágicos.

Duendes, hadas, señores de los animales han facilitado la reparación para el ofendido y castigado a quien miente y ofende.

Las fuerzas sobrenaturales favorecen a los que menos tienen, sin por esto perder el optimismo ni las esperanzas. Los seres mágicos equilibran la suerte y también hacen justicia. Premian actitudes de carácter, como la humildad, el respeto, la generosidad; castigan el egoísmo, la mentira, la violencia.

Así, entonces, estos cuentos enseñan valores universales, que valen para todos los tiempos, para todas las sociedades, y ayudan a reflexionar sobre las formas de cooperación entre los miembros de un grupo. Señalan que la verdadera hermandad no solo nos une por lazos de sangre, sino que a través de la amistad sincera y la ayuda mutua creamos una hermandad más profunda.







*Alicia Martín

Doctora en antropología por la Universidad de Buenos Aires. Profesora titular de la cátedra de Folklore General de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de la Secretaría de Cultura de la Argentina.

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Selección de textos

Ruth Kaufman

Traducción del original francés de Las hadas (“Les fées”)

Adriana Ramponi

Traducción del original francés de Las calabazas del Kouss (“Les calebasses de Kouss”)

Adriana Ramponi

Edición

Raquel Franco

Ruth Kaufman

Diseño de tapa y colección

Diego Bianki

Edición gráfica y diseño

Diego Bianki

Versión digital

Manuvo Colombia

Fuentes de los cuentos

Charles Perrault, Les contes de Perrault, París, Éditions Sacelep, 1980.

Berta Vidal de Battini, Cuentos y leyendas populares de la Argentina, Buenos Aires, Ediciones culturales argentinas, 1984.

Birago Diop, Contes de Amadou Koumba, París, Présence Africaine, 1961.

Agradecemos a quienes escriben www.surlalunefairytales.com, bella página que inspiró esta colección.

hada representativa del cuento